Relatos by Raymond Chandler

Relatos by Raymond Chandler

autor:Raymond Chandler [Chandler, Raymond]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1959-01-01T05:00:00+00:00


Bay City Blues

Título original: Bay City Blues

Año de publicación: junio de 1938

Traducción: Horacio González Trejo, 1998

Otro título: Tristezas de Bay City

El suicidio de cenicienta

Debía de ser viernes porque el olor a pescado de Mansion House, la cafetería de al lado, era abrumador. Al margen del olor, se trataba de un bonito y cálido día de primavera, a última hora de la tarde, y desde hacía una semana no tenía un solo cliente. Había apoyado los tacones de los zapatos en el borde del escritorio y me bronceaba los tobillos con un fragmento de sol cuando sonó el teléfono. Me quité el sombrero y bostecé a través del micrófono del teléfono.

—Te he oído —respondió una voz—. Johnny Dalmas, debería darte vergüenza. ¿Has oído hablar del caso Austrian?

Era Violets M’Gee, un detective de la brigada de homicidios de la oficina del sheriff y un tío muy simpático si exceptuamos una pésima costumbre: pasarme casos en los que me sacudían y con los que no ganaba lo suficiente para comprarme un chaleco antibalas de segunda mano.

—No.

—Son esas cosas que ocurren en la playa…, en sitios como Bay City. Me han dicho que el municipio se enfadó la última vez que eligieron alcalde, pero el sheriff vive allí y nos gusta ser amables. Todavía no nos hemos dejado caer por esos lares. Dicen que los de las apuestas pusieron treinta mil de los grandes para la campaña, así que ahora con el menú de las hamburgueserías te dan un boleto de apuestas.

Volví a bostezar.

—Te he oído —chilló M’Gee—. Si no te interesa, me morderé el otro pulgar y olvidaré este asunto. El tío dice que tiene pasta.

—¿Qué tío?

—Matson, el que encontró el fiambre.

—¿Qué fiambre?

—¿No sabes nada de nada del caso Austrian?

—¿He dicho eso?

—Lo único que has hecho ha sido bostezar y preguntar «qué». En fin, dejaremos que se carguen al pobre infeliz, que ahora está en la ciudad, y que la brigada de homicidios haga su trabajo.

—¿Te refieres a Matson? ¿Quién se lo quiere cargar?

—Si lo supiera, no estaría interesado en contratar a un detective para averiguarlo, ¿eh? Estaba en lo mismo que tú hasta que hace unos días le dieron una paliza y ahora apenas sale porque unos tíos armados lo acosan.

—Ven a verme —propuse—. Se me ha cansado el brazo izquierdo.

—Estoy de guardia.

—Me disponía a bajar a comprar una botella de buen escocés.

—Cuando oigas llamar a la puerta, seré yo —replicó M’Gee.

Se presentó en menos de media hora. M’Gee era un hombre fornido, de rostro afable, pelo canoso, mentón con hoyuelo y una boca diminuta ideal para besar bebés. Vestía traje azul bien planchado, zapatos brillantes de puntera cuadrada y sobre su tripa se veía un diente de alce que colgaba de una cadena de oro.

Se sentó con cuidado, como hacen los gordos, quitó el tapón a la botella de whisky y lo olisqueó para cerciorarse de que yo no había rellenado una botella de buena marca con alcohol de alta graduación, como suelen hacer en los bares. Se sirvió un trago generoso, lo paladeó con la lengua y registró mi despacho con la mirada.



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